Todos los dragones tenían que elegir entre el bando de los dragones de la noche o el de los dragones de la luz. Ambos bandos se odiaban a muerte y los dragones cuándo eran pequeños se entrenaban durante años para formar parte de uno de los ejércitos.
Brodek
no lo tenía claro y no le quedaba mucho tiempo. Al amanecer, sus alas se
cubrirían con el azul de la noche o el dorado del sol, y permanecerían así para
siempre, y todo su ser odiaría al sol o a la luna sin poderlo remediar. Era el
precio del mágico y funesto don de escupir fuego. Por eso, había ido a pensar
al bosque, donde esperaba encontrar una respuesta. Pero allí, sentado, en el
silencio de la noche, no había respuestas. Era de noche y al ver lo bonita que
era, no quería odiar toda esa maravilla durante toda su vida.
Pero al dar paso a las primeras luces del alba, era uno de los momentos favoritos del dragón, y pensó que tampoco quería ser un dragón de la noche y odiar tantísima belleza.
Desde aquel día, cada cierto tiempo, Brodek vuelve a decorar los campos con su mágico aliento escarchado, como queriendo recordar al mundo que no es necesario elegir entre el día y la noche cuando no se sabe odiar
Y antes de que las lágrimas inundaran sus ojos, Brodek voló hasta
la laguna, se sumergió para salir volando hacia el cielo tan alto como podía como
tratando de escapar de la injusta tierra y de su cruel destino. Y cuando estuvo
lo más alto que sus alas le dejaron, soltó una gran llamarada con mucha energía
que en lugar de fuego, de su boca, surgió una finísima capa de escarcha que
cubrió los campos.
Fue
entonces que descubrió que no sería un dragón de la noche, ni un dragón de la
luz, pues una de sus alas pertenecía a la luna, y la otra la sol.
Cuento contado, cuento acabado
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